Por Elías Hacha, Director
del IES Rodrigo Caro de Coria del Río (Sevilla)
Lo supe esta mañana. Alumna nuestra. Me informó el
Vicedirector, un hombre con aguda conciencia social. Echaba humo. Yo, muy en mi
lugar, sin dejar de entender su indignación, lo llamé a la prudencia. Me
escuchó, pero me dio fuerte. No niego que mi obligada y profesional moderación
me tiene todavía con un sabor amargo en la garganta.
Educación para la ciudadanía. Ética. Religión Católica
y otras. Educación permanente en valores desde la transversalidad. La palabra
al servicio de la democracia, una formación más allá de la mera adquisición de
conocimientos. La insistencia, el ejemplo, la laboriosa tarea de corregirlos
sin descanso en la esperanza de que nuestra adolescencia desemboque en una
juventud de mujeres y hombres hechos y derechos.
Y de repente, como una puñalada a traición, como un
tornado que tambalea todo lo construido día a día y año tras año a base de
rigor y de mimo, un hecho de legal brutalidad que extiende su evidencia por
aulas y pasillos en unas pocas horas y amenaza la consistencia de todo cuanto
había sido laboriosamente plantado, regado, cultivado: desahucian a la familia
de una alumna de 2º de ESO.
Miembros de la comunidad escolar. Compañeros.
¿Desahucian, maestro? ¿Qué es eso? Los echan de su
casa. ¿Y puede seguir ocurriendo? Puede que sí. Pero, ¿por qué? Por dinero. Por
dinero... entiendo... pero, ¿y la policía? Tiene que asegurar que se haga el
desahucio. Por dinero... entiendo... ¿y el alcalde? No puede hacer nada. Por
dinero... entiendo..., ¿y los jueces? Han tenido que ordenarlo. Por dinero...
entiendo..., ¿y nuestros representantes, los diputados, el gobierno, los que
hacen las leyes? Recomiendan que no se desahucie a la gente humilde. Lo
recomiendan. Eso es todo. Pero, ¿y los profesores? ¿Los profesores? ¿Qué
podemos hacer los profesores...?
No, perdón, maestro, quería decir... ¿qué pasa con lo
que nos han enseñado los profesores? Nos han mentido ustedes. Deberían habernos
enseñado que el principal valor no es el amor, ni la honradez, ni la libertad,
ni el saber escuchar, ni la solidaridad, ni ninguna de esos rollos que nos
vienen contando... Deberían habernos dicho desde el principio que el más
importante de los valores es el dinero. Si esa era la respuesta, la clave por
la que se mueve toda esta sociedad de la que ustedes son funcionarios, ¿por qué
nos han mentido desde el principio? ¿Por qué nos lo han ocultado? ¿No será que
en realidad pretenden convertirnos en personas equivocadas y débiles, en presas
fáciles? ¿Por qué nos han engañado, señores maestros? No entiendo...
Llevo un cuarto de siglo enseñando en Institutos,
inculcando la democracia, creyendo en la función pública como herramienta seria
al servicio de la prosperidad y de la igualdad social. La mitad de ese tiempo,
como director orgulloso de su equipo, de su claustro. Nunca antes había tenido
la sensación de formar parte de una farsa. Esta es la única respuesta honrada
que para ellos me queda. Lástima que quizás no sea sino otro rollo que les
suelto.
Y es que, ante ellos, a mí sólo me queda la palabra. No
puedo incitarlos a una lucha que nos corresponde a los adultos y tampoco puedo,
como profesor, responder con el silencio... ¡qué débil la palabra frente a la
lección implacable de este hecho real y verdadero, ante este frío desahucio que
ellos –todos ellos- contemplan con sus propios ojos!
Me queda, y ni siquiera sé si es algo, apremiar
–también con palabras- a esos por quienes ellos preguntaban: a los diputados, a
los jueces, a los múltiples gobiernos de esta España que aún luce la
denominación de democracia. ¿O se trata ya nada más que de una especie de
“denominación de origen”, de un recurso publicitario cara al mercado, de una
máscara obligada... por dinero?
Los miro, y me duelen. Son los niños de la crisis.
Mírenlos conmigo, señores legisladores, señores de los múltiples gobiernos. Que
no sean también los niños del desengaño. Ustedes, que sí pueden, respondan con
hechos a este hecho.
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